En Letras
lunes, 21 de mayo de 2012
viernes, 18 de mayo de 2012
martes, 3 de mayo de 2011
Golpe de Estado, bloqueo de prensa
Ensayo periodístico- Golpe de Estado en Venezuela y Honduras
Cátedra: Periodismo Especializado: Periodismo Político
Profesor Titular: Oscar Enrique Bosetti
Auxiliares Docentes: Javier Miranda - Esteban Olarán
Alumno: Sterli, María Victoria
Profesor Titular: Oscar Enrique Bosetti
Auxiliares Docentes: Javier Miranda - Esteban Olarán
Alumno: Sterli, María Victoria
Este ensayo trata sobre el Golpe de estado y la manipulación mediática en dos países latinoamericanos, Honduras y Venezuela, como casos concretos, sin embargo el texto expresa claramente un común denominador que acontece en este tipo de movimientos, la censura de la prensa.
Cabe aclarar que la represión mediática no sólo surge en actos golpistas, sino de parte de todo aquel que se encuentra en el poder.
La represión de los medios tiene, entre otros objetos, vedar de información a la sociedad, despojarla de ese derecho para que no pueda crear su propia opinión sobre el hecho y actuar. Eso es en el mejor de los casos, porque cuando se manipula a los medios de comunicación se falsea la información para mal-informar a las masas y confundirlas.
El arrebato a la fuerza de un gobierno democrático pone en juego muchas cuestiones importantísimas de ser analizadas, o por lo menos tenidas en cuenta. La manipulación de los medios de comunicación es una de ellas, ya que toca de cerca al derecho humano de recibir y dar información. Y creo que se torna peligroso dejar de lado la libertad de expresión, porque los medios contribuyen a formar la opinión pública, y si los datos que se ofrecen a través de la prensa no son claros, no son precisos, tergiversan la verdad, o simplemente omiten ciertos temas que la sociedad necesita conocer, estamos frente a un manejo de la información que trae consigo la opresión.
Advertimos que justamente esto es lo que hondureños y venezolanos tuvieron que atravesar. El golpe de Estado perpetrado en Honduras el 28 de junio de 2009 se ha constituido en un manifiesto atentado a la libertad de expresión, con periodistas acosados, medios de comunicación intervenidos, programas clausurados y, también, una ciudadanía perseguida por ejercer su derecho a opinar. Por su parte, los medios de comunicación privados de Venezuela en el 2002 dejaron de cumplir su papel de informadores imparciales y neutrales de la situación política para convertirse en nuevos protagonistas de la crisis. Muchos analistas lo consideraron un “golpe mediático”; donde la prensa apoyó al golpe de Estado. Es realmente preocupante el hecho de que los medios más poderosos, que deberían contribuir de manera efectiva al fomento de la cultura, se están sumergiendo en una competencia desenfrenada de carácter comercial para la creación de una empobrecida sociedad de consumidores. Esta falta de información que sufre la sociedad, tanto en Honduras como en Venezuela -resultado de la censura que se ha aplicado a los medios de comunicación- impide el libre y natural desarrollo de la democracia en estos países centroamericanos. Así vemos que -a pesar del paso del tiempo, de los cambios políticos, económicos, sociales y culturales- la figurita repetida del golpismo continúa amenazando a las sociedades latinoamericanas. Y si prestamos atención a la sucesión de los hechos, podemos afirmar que el golpe de Estado que azota hoy al pueblo hondureño trae consigo vestigios de lo ocurrido hace 7 años en Venezuela.
Los militares golpistas que derrocaron al presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya, reprodujeron fielmente el plan aplicado para destituir de su puesto al mandatario del pueblo venezolano, Hugo Chávez. Además de secuestrar al presidente, montarlo en un avión y dejarlo en la capital de Costa Rica; secuestraron la verdad, la guardaron y le apagaron la luz. Los militares golpistas cerraron los medios de comunicación del estado, y privaron a los hondureños del acceso a la información sobre los acontecimientos que delineaban la situación. Mientras el pueblo permanecía en las calles exigiendo la restitución de Zelaya, los medios que responden a los intereses golpistas ponían al aire dibujos animados y cuestiones nada acercadas a la situación que se estaba viviendo. Entonces cabe pensar: ¿es este también un golpe mediático, tal como sucedió en Venezuela? Micheletti suspendió la libertad de expresión, prohibió las manifestaciones y otorgó a las fuerzas de seguridad la potestad de cerrar los medios de comunicación que puedan alterar la paz del país, o visto desde mi óptica: prohibió la transmisión de información sobre los sucesos que interesan a la sociedad. En 2002 la situación fue muy similar. Globovisión, RCTV y Venevisión -canales privados del país venezolano que siempre se opusieron al gobierno de Chávez- se encargaron de boicotear al presidente con mentiras y falsedades, amparados por su poder en las comunicaciones.
Entonces está claro que los golpistas –en ambos casos- no quieren que nadie documente los hechos, ni informe a la opinión pública nacional e internacional sobre lo que sucede en sus países. Silenciar a los medios para calmar las masas… ¿de eso se trata? Un gobierno de facto es insostenible, impensable e incompatible con la libertad de prensa. Pero no hay libertad sin libertad de expresión, y sin libertad de palabra. El ejercicio de la democracia requiere de muchas voces, pero voces libres, múltiples. La libertad de comunicar sirve para consolidar las otras libertades. Sin la independencia para opinar el hombre está condenado a la opresión.
domingo, 3 de abril de 2011
LOS INMIGRANTES
Por Mario Vargas Llosa
Publicado en "El País"
el 25 de agosto de 1996
Publicado en "El País"
el 25 de agosto de 1996
Unos amigos me invitaron a pasar un fin de semana en una finca de La Mancha y allí me presentaron a una pareja de peruanos que les cuidaba y limpiaba la casa. Eran muy jóvenes, de Lambayeque, y me contaron la peripecia que les permitió llegar a España. En el consulado español de Lima les negaron la visa, pero una agencia especializada en casos como el suyo les consiguió una visa para Italia (no sabían si auténtica o falsificada), que les costó 1.000 dólares. Otra agencia se encargó de ellos en Génova; los hizo cruzar la Costa Azul a escondidas y pasar los Pirineos a pie, por senderos de cabras, con un frío terrible y por la tarifa relativamente cómoda de 2.000 dólares. Llevaban unos meses en las tierras del Quijote y se iban acostumbrando a su nuevo país.Un año y medio después volví a verlos, en el mismo lugar. Estaban mucho mejor ambientados, y no sólo por el tiempo transcurrido; también, porque 11 miembros de su familia lambayecana habían seguido sus pasos y se encontraban ya también instalados en España. Todos tenían trabajo, como empleados domésticos. Esta historia me recordó otra, casi idéntica, que le escuché hace algunos años a una peruana de Nueva York, ilegal, que limpiaba la cafetería del Museo de Arte Moderno. Ella había vivido una verdadera odisea, viajando en ómnibus desde Lima hasta México y cruzando el río Grande con los espaldas mojadas, y celebraba cómo habían mejorado los tiempos, pues su madre, en vez de todo ese calvario para meterse por la puerta falsa en Estados Unidos, había entrado hacía poco por la puerta grande. Es decir, tomando el avión en Lima y desembarcando en el Kennedy Airport, con unos papeles eficientemente falsificados desde Perú.
Esas gentes, y los millones que, como ellas, desde todos los rincones del mundo donde hay hambre, desempleo, opresión y violencia cruzan clandestinamente las fronteras de los países prósperos, pacíficos y con oportunidades, violan la ley, sin duda, pero ejercitan un derecho natural y moral que ninguna norma jurídica o reglamento debería tratar de sofocar: el derecho a la vida, a la supervivencia, a escapar a la condición infernal a que los Gobiernos bárbaros enquistados en medio planeta condenan a sus pueblos. Si las consideraciones éticas tuvieran el menor efecto persuasivo, esas mujeres y hombres heroicos que cruzan el estrecho de Gibraltar o los cayos de la Florida o las barreras electrificadas de Tijuana o los muelles de Marsella en busca de trabajo, libertad y futuro, deberían ser recibidos con los brazos abiertos. Pero, como los argumentos que apelan a la solidaridad humana no conmueven a nadie, tal vez resulte más eficaz este otro, práctico. Mejor aceptar la inmigración, aunque sea a regañadientes, porque bienvenida o malvenida, como muestran los dos ejemplos con que comencé este artículo, a ella no hay manera de pararla.
Si no me lo creen, pregúntenselo al país más poderoso de la Tierra. Que Estados Unidos les cuente cuánto lleva gastado tratando de cerrarles las puertas de la dorada California y el ardiente Tejas a los mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, etcétera, y las costas color esmeralda de la Florida a los cubanos y haitianos y colombianos y peruanos y cómo éstos entran a raudales, cada día más, burlando alegremente todas las patrullas terrestres, marítimas, aéreas, pasando por debajo o por encima de las computarizadas alambradas construidas a precio de oro y, además, y sobre todo, ante las narices de los superentrenados oficiales de inmigración, gracias a una infraestructura industrial creada para burlar todos esos cernideros inútiles levantados por ese miedo pánico al inmigrante, convertido en los últimos años en el mundo occidental en el chivo expiatorio de todas las calamidades.
Las políticas antiinmigrantes están condenadas a fracasar porque nunca atajarán a éstos, pero, en cambio, tienen el efecto perverso de socavar las instituciones democráticas del país que las aplica y de dar una apariencia de legitimidad a la xenofobia y al racismo y de abrirle las puertas de la ciudad al autoritarismo. Un partido fascista como Le Front National, de Le Pen, en Francia, erigido exclusivamente a base de la demonización del inmigrante, que era hace unos años una excrecencia insignificante de la democracia, es hoy una fuerza política respetable que controla casi un quinto del electorado. Y en España hemos visto, no hace mucho, el espectáculo bochornoso de unos pobres africanos ilegales a los que la policía narcotizó para poder expulsar sin que hicieran mucho lío. Se comienza así y se puede terminar con las famosas cacerías de forasteros perniciosos que jalonan la historia universal de la infamia, como los exterminios de armenios en Turquía, de haitianos en la República Dominicana o de judíos en Alemania.
Los inmigrantes no pueden ser atajados con medidas policiales por una razón muy simple: porque en los países a los que ellos acuden hay incentivos más poderosos que los obstáculos que tratan de disuadirlos de venir. En otras palabras, porque hay allí trabajo para ellos. Si no lo hubiera, no irían, porque los inmigrantes son gentes desvalidas pero no estúpidas, y no escapan del hambre, a costa de infinitas penalidades, para ir a morirse de inanición al extranjero. Vienen, como mis compatriotas de Lambayeque avecindados en La Mancha, porque hay allí empleos que ningún español (léase norteamericano, francés, inglés, etcétera) acepta ya hacer por la paga y las condiciones que ellos sí aceptan, exactamente como ocurría con los cientos de miles de españoles que en los años sesenta invadieron Alemania, Francia, Suiza, los Países Bajos, aportando una energía y unos brazos que fueron valiosísimos para el formidable despegue industrial de esos países en aquellos años (y de la propia España, por el flujo de divisas que ello le significó).
Esta es la primera ley de la inmigración, que ha quedado borrada por la demonología imperante: el inmigrante no quita trabajo, lo crea y es siempre un factor de progreso, nunca de atraso. El historiador J. P. Taylor explicaba que la revolución industrial que hizo la grandeza de Inglaterra no hubiera sido posible si el Reino Unido no hubiera sido entonces un país sin fronteras, donde podía radicarse el que quisiera -con el único requisito de cumplir la ley-, meter o sacar su dinero, abrir o cerrar empresas y contratar empleados o emplearse. El prodigioso desarrollo de Estados Unidos en el siglo XIX, de Argentina, de Canadá, de Venezuela en los años treinta y cuarenta, coinciden con políticas de puertas abiertas a la inmigración. Y eso lo recordaba Steve Forbes en las primarias de la candidatura a la presidencia del Partido Republicano, atreviéndose a proponer en su programa restablecer la apertura pura y simple de las fronteras que practicó Estados Unidos en los mejores momentos de su historia. El senador Jack Kemp, que tuvo la valentía de apoyar esta propuesta de la más pura cepa liberal, es ahora candidato a la vicepresidencia con el senador Dole, y si es coherente debería defenderla en la campaña por la conquista de la Casa Blanca.
¿No hay entonces manera alguna de restringir o poner coto a la marea migratoria que, desde todos los rincones del Tercer Mundo, rompe contra el mundo desarrollado? A menos de exterminar con bombas atómicas a las cuatro quintas partes del planeta que viven en la miseria, no hay ninguna. Es totalmente inútil gastarse la plata de los maltratados contribuyentes diseñando programas, cada vez más costosos, para impermeabilizar las fronteras, porque no hay un solo caso exitoso que pruebe la eficacia de esta política represiva. Y, en cambio, hay cien que prueban que las fonteras se convierten en coladeras cuando la sociedad que pretenden proteger imanta a los desheredados de la vecindad. La inmigración se reducirá cuando los países que la atraen dejen de ser atractivos porque están en crisis o saturados o cuando los países que la generan ofrezcan trabajo y oportunidades de mejora a sus ciudadanos. Los gallegos se quedan hoy en Galicia y los murcianos en Murcia, porque, a diferencia de lo que ocurría hace cuarenta o cincuenta años, en Galicia y en Murcia pueden vivir decentemente y ofrecer un futuro mejor a sus hijos que rompiéndose los lomos en la pampa argentina o recogiendo uvas en el mediodía francés. Lo mismo les pasa a los irlandeses y por eso ya no emigran con la ilusión de llegar a ser policías en Manhattan y los italianos se quedan en Italia porque allí viven mejor que amasando pizzas en Chicago.
Hay almas piadosas que, para morigerar la inmigración, proponen a los Gobiernos de los países modernos una generosa política de ayuda económica al Tercer Mundo. Esto, en principio, parece muy altruista. La verdad es que si la ayuda se entiende como ayuda a los gobiernos del Tercer Mundo, esta política sólo sirve para agravar el problema en vez de resolverlo de raíz. Porque la ayuda que llega a gánsteres como el Mobutu del Zaire o la satrapía militar de Nigeria o a cualquiera de las otras dictaduras africanas sólo sirve para inflar aún más las cuentas bancarias privadas que aquellos déspotas tienen en Suiza, es decir, para acrecentar la corrupción, sin que ella beneficie en lo más mínimo a las víctimas. Si ayuda hay, ella debe ser cuidadosamente canalizada hacia el sector privado y sometida a vigilancia en todas sus instancias para que cumpla con la finalidad prevista, que es crear empleo y desarrollar los recursos, lejos de la gangrena estatal.
En realidad, la ayuda más efectiva que los países democráticos modernos pueden prestar a los países pobres es abrirles las fronteras comerciales, recibir sus productos, estimular los intercambios y una enérgica política de incentivos y sanciones para lograr su democratización, ya que, al igual que en América Latina, el despotismo y el autoritarismo políticos son el mayor obstáculo que enfrenta hoy el continente africano para revertir ese destino de empobrecimiento sistemático que es el suyo desde la descolonización.
Éste puede parecer un artículo muy pesimista a quienes creen que la inmigración -sobre todo la negra, mulata, amarilla o cobriza- augura un incierto porvenir a las democracias occidentales. No lo es para quien, como yo, está convencido que la inmigración de cualquier color y sabor es una inyección de vida, energía y cultura y que los países deberían recibirla como una bendición.
PERIODISMO ESPECIALIZADO
Cuando se habla de especialidad uno supone que se trata de la particularidad o preferencia hacia cierta área o tema, es decir, que alguien tenga un conocimiento bastante amplio sobre cierta cuestión pues ha dedicado parte de su tiempo en esa formación.
Sucede exactamente lo mismo cuando se refiere al periodismo especializado.
Me tome a la tarea de buscar en la red este concepto y en todas encontré que se trata de la especialidad temática de los profesionales del periodismo para ofrecer información a un público concreto, ya sea de deportes, economía, medicina, entre otros, traducido a un lenguaje simple y adecuado, tomando en consideración el nivel de conocimiento del auditorio.
Eso es, entre otras palabras, lo que dicen es el periodismo especializado, pese a esto yo he aprendido que al decir especializado no necesariamente debe corresponder a esta configuración, si no que más que referirse al área de estudio se alude a la forma de investigación, a las herramientas o el método que utiliza el periodista especializado.
Es más que obvio que no va a recurrir a la misma metodología un periodista del diario a uno especializado, ya que el primero recoge datos de manera superficial mientras que el segundo debe profundizar, corroborar datos, buscar más fuentes, etc, por poner un ejemplo.
Con lo anterior no estoy afirmando que el primer concepto sea erróneo, ni que el segundo sea correcto, ambos pueden ser adecuados, dependiendo a lo que se quiera aludir o apuntar.
lunes, 21 de marzo de 2011
El Periodismo y la Realidad
En el periodismo se habla mucho sobre la “realidad”, siendo entendida ésta como el apego a la verdad, es decir, captar, retractar, escribir con objetividad el tema o suceso del que se trate. Sin embargo, siento que el periodismo se encuentra muy rejos de reproducir la realidad por dos notables razones; primera, la realidad como tema ideológico y segunda, la realidad actual de la profesión.
La “realidad” es un tema algo complicado, es entrar en asuntos filosóficos, no obstante considero necesario irrumpir, aunque muy superficialmente, en la cuestión.
Hablar de “realidad” es manifestar aquello que uno cree, aquello que se percibe de manera personal a través de los sentidos. Cada persona construye esa realidad de forma diferente, desde sus conocimientos y contexto, es precisamente por ello que no creo posible que los periodistas puedan ser objetivos al retratar la verdad de un hecho, lo que hacen es tomar una parte de esa “realidad” y plasmarla desde su propia perspectiva. Por lo tanto es una “realidad” parcial.
Ahora, introduciéndonos un poco en la situación que viven los periodistas en la actualidad es menos probable que la “realidad” se logre. Hoy día el periodismo no es lo que debiera ser, es decir lo que teóricamente debería ser, informar, lo más veraz posible, a la sociedad para guiarla a tomar decisiones o crear su propia opinión sobre un tema determinado de su interés.
El periodismo es un negocio, una industria que se vende u ofrece información al mejor postor, olvidando su ética profesional, ya sea por proteger su integridad o porque simplemente de aquella poco le queda, por no decir que la ha perdido.
La información que se publica en los medios no siempre es fiel al suceso, muchas veces es modificada según convenga los intereses de los directores del medio o a sus “amigos”, en otras ocasiones simple y sencillamente es omitida o cambiada una “realidad” por otra.
Hay que aclarar que no son directamente los periodistas o reporteros los responsables de esto, ellos están sujetos, como ya dije, a las decisiones de los directores, sin embargo muchos han optado por la corrupción, pues no es precisamente una profesión bien remunerada ni mucho menos valorada y tal parece que en este negocio todo es válido.
La empresa mediática no es un juego, dicen es el tercer poder y su influencia es amplia, que lastima que su perspectiva de “realidad” no lo sea, pues de sus narices no pasa.
Así en conclusión la realidad en el periodismo es parcial, primera por qué es imposible lograr capturarla y segunda por arbitraria pues depende del momento, la persona y los intereses de quien esté a cargo. Realidad periodística igual a negocio mediático.
martes, 15 de marzo de 2011
¿Qué es el Periodismo?
Periodismo, si, esa palabra la he escuchado en diversas ocasiones, de bocas ajenas como de la propia. Sin embargo, nunca me había venido a la cabeza definirla y no hablo de la palabra, sino de poder trasladar el vocablo a la acción, a la labor, simplemente al escenario de la realidad.
Todos sabemos lo que es un periodista y también una idea de lo que hace, pero realmente ¿conocemos la labor del periodista?
Considero que los conceptos son muchos y variados, desde las elaboradas por los más distinguidos y reconocidos periodistas, hasta los simples conceptos de un diccionario.
Pero ninguna logra alcanzar el verdadero significado de la labor periodística.
Para mí, más que un trabajo es un compromiso para con la sociedad, y con uno mismo. Una misión que el profesional se propone a cumplir. La tarea periodística requiere de investigación, recurrir a fuentes confiables y verificables, jerarquizar la información recolectada, sintetizarla y finalmente plasmarla de forma clara y verídica.
Hay que aclarar que no es fácil pues se enfrenta a muchos peligros, no sólo físicos sino también morales. Desde que se propone indagar en un asunto hasta llegar a la publicación de los resultados se mete en muchos problemas, ya que entre las misiones de este profesional se encuentra dar a conocer aquello que cierta minoría de personas oculta, por lo que es obvio que estos últimos harán lo que sea necesario para conseguirlo, desde mover contactos para negar información hasta las amenazas y asesinatos.
Claro esta versión es la ideal, la de un buen periodista, sin embargo, hoy día la reputación de estos, no habla bien, el concepto en que la sociedad, a quien se supone sirve y ayuda, no es precisamente favorable.
Tantas han sido las ocasiones en que han estado en riesgo que algunos optan por la autocensura y otros más prefieren sacar provecho de la ocasión, se venden al mejor postor, se ponen a favor de quien tiene el poder, manipulan la información para dejar bien a quienes sirven, olvidándose de la sociedad.
No significa que todos los periodistas sean así, pero por algunos pagan todos. La pregunta sería ¿qué es mejor? Callar para cuidar la integridad física y la de la familia o guardar silencio por conveniencia, venderse, mentir por dinero.
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